_
_
_
_
_
Las copas y las letras
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Quizá debamos ser más modestos

Virtudes como la modestia tienen mal ‘marketing’ en un tiempo que prima la autoestima antes que el mérito

Messi, con la copa del Mundial el 18 de diciembre.
Messi, con la copa del Mundial el 18 de diciembre.Tolga Bozoglu (EFE)
Ignacio Peyró

Hubo un tiempo en que lo pequeño fue bonito, pero ya llevamos años envidando a grande. Hemos sustituido la televisión por el home cinema, tomamos la copa en una copa rotunda de balón, nuestros relojes de muñeca se asemejan a los relojes de los buzos. Durante años quisimos que nuestro móvil fuera un peso pluma: hoy confiere estatus sacar de la chaqueta un iphone como la raqueta ganadora en Roland Garros. Todo ha de ser exagerado, subrayado, amplificado. Vamos a macrofestivales, no a conciertos. No hace tanto criticábamos a los cocineros modernos por matarnos de hambre: en venganza, ahora sirven menús-degustación de veinte platos. Incluso las tarjetas profesionales se aproximan, cada vez más, al tamaño ideal de nuestro ego. ¿Se acuerdan de cuando avanzar en todoterreno por las calles —y no por el campo— era de tono algo dudoso? Debió de ser en tiempos de Amadeo de Saboya. Antes, el pudor escondía los precios: ahora todos miramos embobados a ese parrillero turco que vende filetes empanados en oro por mil euros.

Este apetito por lo grueso va mucho con nosotros, desde luego, un país donde un banco se forró con una libreta que era un “libretón” y donde compramos un cupón para aspirar al “cuponazo”. ¡España es una exageración! Pero también es una excitación propia de la época. No solo hay que ganar, sino —como Argentina contra Holanda— frotárselo bien al rival por la cara. No solo hay que lamentar la derrota, hay que quitarse del cuello la medalla que te señala como segundo. Somos cada vez más obvios. El llamado consumo sostenible, por ejemplo, se ha convertido en virtuoso: las riquezas se enseñan aunque no se tengan, como prueban esos logos de Louis Vuitton visibles desde la nave Soyuz. Los ricos, que solían esconderse, ahora salen de casa en un Lamborghini verde loro: tras vivir en Londres cinco años, uno ya tenía la sensación de que el Ferrari empezaba a ser símbolo de la clase media. Sí, la época ayuda: en Instagram, esa magna competición para señalar que mis vacaciones son más chulas que las tuyas, cabe de todo mientras no sean la ambigüedad, la ironía o, cielo santo, la modestia.

A veces, parece que son muy pocas las cosas que han reducido su volumen: los ahorros, los metros cuadrados de la vivienda y, ante todo, esa finura que tenía que ver con la capacidad de atención. La música clásica hace bostezar. Una canción se ha de reducir a dos minutos de aturdimiento pop. “Recomiéndame un libro, pero que sea fácil”. Los editores editan novelas con tal de que sean cortas. Más de tres párrafos de artículo son un viacrucis. ¿Para qué leer Guerra y paz cuando uno puede leerse, en ese mismo tiempo, 10 libros de Baricco? Hubo un ideal que quiso todo “más grande, más alto y más fuerte”. Su revancha, me temo, ha sido la de hacernos más simples.

Los hombres no somos gentes muy sutiles: nos deslumbrarán siempre los coches que se pueden medir en metros de eslora y esas hebillas que reafirman la presencia genital con un letrero cromado de Hugo Boss. Dicho de otro modo, virtudes como la modestia tienen mal marketing en un tiempo que prima la autoestima antes que el mérito, que urge la conversión de todo alfeñique en un macho alfa y que ha hecho bandera del porque yo lo valgo.

Tiene, por tanto, su paradoja que no pocos triunfadores de nuestro tiempo respondan a un modelo menos directo, menos glandular. Los fundadores de las tecnológicas pasaron la juventud en un garaje. Los de Apple dieron en estudiar caligrafía. Consta la sorpresa de que tantos premiers británicos —de Major a Douglas-Home— resultaran tipos borrosos, ajenos a cualquier liderazgo turbo. Al final, el perfil casi clerical de una Merkel le sirvió a Europa mejor que el aire de bandido de un Berlusconi. En su análisis de los festejos de la victoria en la II Guerra Mundial, David Brooks subraya que la modestia colectiva de los americanos ha sido coincidente con los mayores éxitos de su historia. Ahora estamos en otro paradigma, pero hay ejemplos para pensar que esa modestia de siempre tenía algo bueno. Será por algo por lo que los humildes heredarán la tierra y hasta Leo Messi —todo talento, cero carisma— se ha llevado el Mundial.

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Sobre la firma

Ignacio Peyró
Nacido en Madrid (1980), es autor del diccionario de cultura inglesa 'Pompa y circunstancia', 'Comimos y bebimos' y los diarios 'Ya sentarás cabeza'. Se ha dedicado al periodismo político, cultural y de opinión. Director del Instituto Cervantes en Londres hasta 2022, ahora dirige el centro de Roma. Su último libro es 'Un aire inglés'.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_